Érase, una vez un niño, todo el mundo en sus manos, toda la vida por vivir, toda la ilusión en la mirada. Avanza con su gateo inocente, pura sabiduría a ras de suelo, apoyando su candidez en pies y manos, descubriendo a cada paso un universo. Todo es nuevo para él, nada hay estropeado en su corta existencia; nada, salvo sus juguetes, está roto aún en su vida. Es un futuro corredor.
Poco a poco se yergue su figura, su mirada es más amplia ahora, su horizonte más lejano, ve más cosas y ya sólo sus pies, inseguros todavía, transportan sus incipientes ideales. Es un corredor en ciernes.
Juventud, divino tesoro, viene revolucionándolo todo, trastocando su ingenuidad. Pero ya es un corredor y sigue su camino sin mirar hacia atrás. Sus zancadas son cada vez más rápidas. No teme a nada, ni a nadie. No existen obstáculos a su ambición. Es un gran corredor. Su avance es seguro, es firme, no contempla titubeos. Per0 éstos junto a los desengaños, llegan.
Su vista empieza a observar grietas en sus sueños que creyó irrompibles. Deja de ser inmune al desaliento, su ánimo empieza a quebrarse, su poder se resquebraja. Va perdiendo ilusiones por el camino, ya no juega, ya no corretea con sus amigos tras un balón, ya no ansía batir marcas, ya no encuentra el momento, ya no encuentra el sentido, ya no encuentra el lugar. Su reloj mide ahora obligaciones, mide excusas, ya no mide tiempos. Era un corredor y ya no corre.
Sin darse cuenta, se hace mayor y hay cosas que cree no poder hacer ya, cosas, que unas normas no escritas y que no estudió en el colegio, le incitan a abandonar. Es la madurez que avanza, pero no es la vida que le gusta. Ansía volver a despertarse con la visión ilusionada de sus años juveniles, sin la desazón que ahora le acompaña cada vez que se acuerda de cuando corría, de cuanto corría, cuando recuerda que fue un gran corredor.
Un día, sin darse apenas cuenta, empieza a juntar trozos rotos de la ambición que tuvo tiempo atrás, y el puzzle de su vida cobra sentido. Desempolva su viejo reloj, el que medía tiempos en el parque, el que contenía pedacitosde su juventud, el que calculaba sus esfuerzos, el que marcaba sus descansos.
Vuelve a encontrar la complicidad cuando se cruza con otros corredores, ya no le estorba su edad, ya no le importa la imcomprensión, cada vez hay más incomprendidos y cada vez es más feliz.
Observa que cuantos más años tienen sus zancadas , tanto más sabios son sus pasos. Está redescubriendo que "lo urgente no ha de quitar tiempo a lo importante" y para él, correr es importante, por más que pesen las excusas, por más que pesen las obligaciones, por más que pesen los años, por más que pasen los años. Halla de nuevo el momento, halla de nuevo el sentido, halla de nuevo el lugar.
Érase una vez un hombre, todo el pasado en sus manos, todo el futuro en su mirada, toda la ciencia en sus zancadas. Es un veterano corredor.
Juventud, divino tesoro, que regresas para quedarte.
Por Aurora Pérez (Runner's nº. 73)
Poco a poco se yergue su figura, su mirada es más amplia ahora, su horizonte más lejano, ve más cosas y ya sólo sus pies, inseguros todavía, transportan sus incipientes ideales. Es un corredor en ciernes.
Juventud, divino tesoro, viene revolucionándolo todo, trastocando su ingenuidad. Pero ya es un corredor y sigue su camino sin mirar hacia atrás. Sus zancadas son cada vez más rápidas. No teme a nada, ni a nadie. No existen obstáculos a su ambición. Es un gran corredor. Su avance es seguro, es firme, no contempla titubeos. Per0 éstos junto a los desengaños, llegan.
Su vista empieza a observar grietas en sus sueños que creyó irrompibles. Deja de ser inmune al desaliento, su ánimo empieza a quebrarse, su poder se resquebraja. Va perdiendo ilusiones por el camino, ya no juega, ya no corretea con sus amigos tras un balón, ya no ansía batir marcas, ya no encuentra el momento, ya no encuentra el sentido, ya no encuentra el lugar. Su reloj mide ahora obligaciones, mide excusas, ya no mide tiempos. Era un corredor y ya no corre.
Sin darse cuenta, se hace mayor y hay cosas que cree no poder hacer ya, cosas, que unas normas no escritas y que no estudió en el colegio, le incitan a abandonar. Es la madurez que avanza, pero no es la vida que le gusta. Ansía volver a despertarse con la visión ilusionada de sus años juveniles, sin la desazón que ahora le acompaña cada vez que se acuerda de cuando corría, de cuanto corría, cuando recuerda que fue un gran corredor.
Un día, sin darse apenas cuenta, empieza a juntar trozos rotos de la ambición que tuvo tiempo atrás, y el puzzle de su vida cobra sentido. Desempolva su viejo reloj, el que medía tiempos en el parque, el que contenía pedacitosde su juventud, el que calculaba sus esfuerzos, el que marcaba sus descansos.
Vuelve a encontrar la complicidad cuando se cruza con otros corredores, ya no le estorba su edad, ya no le importa la imcomprensión, cada vez hay más incomprendidos y cada vez es más feliz.
Observa que cuantos más años tienen sus zancadas , tanto más sabios son sus pasos. Está redescubriendo que "lo urgente no ha de quitar tiempo a lo importante" y para él, correr es importante, por más que pesen las excusas, por más que pesen las obligaciones, por más que pesen los años, por más que pasen los años. Halla de nuevo el momento, halla de nuevo el sentido, halla de nuevo el lugar.
Érase una vez un hombre, todo el pasado en sus manos, todo el futuro en su mirada, toda la ciencia en sus zancadas. Es un veterano corredor.
Juventud, divino tesoro, que regresas para quedarte.
Por Aurora Pérez (Runner's nº. 73)